3. La aventura del automóvil
La llegada del automóvil a España trajo consigo no pocas aventuras, de hecho, la simple posesión de un automóvil era una aventura en sí misma, Así, por ejemplo, de auténtica hazaña se puede calificar la excursión que realizaron en marzo de 1899 un grupo de aristócratas madrileños desde San Sebastián, donde acababan de adquirir sus flamantes automóviles, hasta Madrid.
Al frente de este grupo se encontraba el Duque de Santo Mauro, a los mandos de su Panhard & Levassor. Lógicamente, y a falta de las actuales gasolineras, el repostaje se realizó mediante bidones de combustible que fueron enviados a las principales estaciones de ferrocarril que se encontraban a lo largo de los casi 500 kilómetros de recorrido a través de polvorientos caminos.
Y es que hablar de carreteras en la transición del siglo XIX al XX en España es poco menos que ciencia ficción, como ya se explicaba en el capítulo anterior. Sirva de ejemplo este extracto de un artículo de la revista Los Deportes del mes de mayo de 1899, titulado “Nuestras carreteras (?)”:
Hace algún tiempo los diarios de esta ciudad trajeron la siguiente noticia mutatis mutandi: El conocido sportman madrileño Güido Giaretta ha llegado a Barcelona, acompañado de dos amigos, con los cuales, ha salido en coche automóvil para Francia e Italia. Yo, que antes había recibido una carta del amigo Güido, estuve a verle en el hotel. -¿Y dónde ha dejado usted el automóvil?- Le dije. -¡Qué automóvil, ni niño muerto!- me contestó Giaretta. –En el momento de salir de Madrid, me acordé de que estábamos en España, donde llamamos carreteras a unas cosas que no lo son. Ya usted sabe que desde Madrid a Zaragoza hay 14 puentes cortados… desde hace la friolera de dieciocho años; y así estarán hasta que los carlistas o los republicanos se levanten, o sea hasta la consumación de los siglos. ¡Dios sabe cómo estará el trozo desde Barcelona a la frontera!
La red de carreteras existente en España en 1900 constaba de 36.000 kilómetros de un firme preparado para los vehículos de tracción animal. En su gran parte, estas vías se habían elaborado mediante un sistema conocido como macadán, inventado a principios del siglo XIX por el ingeniero escocés John Loudon McAdam y que se basaba en la compactación de tres capas diferentes de mayor a menor tamaño en su composición, comenzando abajo con piedra o grava, y acabando en la superficie con arena. Lógicamente, esta estructura provocaba una gran cantidad de polvo al paso de los vehículos, al margen de su poca consistencia.