6. La que pudo ser y no fue: Paris – Madrid
Octubre de 1902. Al Barón de Zuylen, presidente del Automobile Club de France se le ocurre la idea de celebrar una gran carrera entre París y Madrid pasando por Burdeos. Dicho y hecho, el ACF se pone en marcha y el 15 de enero de 1903 se abren las inscripciones para la carrera.
En diciembre, en el marco del III Salón del Automóvil de París, el Barón de Zuylen junto al Conde de Dion se entrevistan con el Duque de Santo Mauro y el Marqués de Viana para estudiar la viabilidad del proyecto y su recorrido por tierras españolas.
A estas alturas, desde la Embajada de España en París ya se ha informado al Rey Alfonso XIII, quien ha mostrado su aprobación. De esta reunión salen ya fechas e itinerarios.
La salida sería el 24 de mayo de 1903 desde París, con una primera etapa hasta Bordeaux de 525 Km. Pasando por Chartres, Poitiers y Angouleme. Segunda etapa hasta Victoria de 343 Km. pasando por Bayona y San Sebastián. Y para finalizar tercera etapa de 416 Km. hasta Madrid, pasando por Burgos, Valladolid y Guadarrama.
Curiosamente, unos meses antes, hacia el mes de julio, alguien había propuesto algo parecido al ACF. Antonio Viada, reconocido periodista barcelonés, intentó recabar el apoyo del club francés para conseguir una carrera entre París y Barcelona, que culminara su recorrido en la ciudad condal coincidiendo con las fiestas de la Mercé, patrona de la ciudad, el 24 de septiembre.
Viada contaba con el apoyo, entre otros, del Automóvil Club de España, que había sido fundado unos meses antes en Barcelona. Sin embargo el ACF, a través de su presidente, el Barón de Zuylen, descartó la idea por considerar que las carreteras más allá de la frontera española no eran las más adecuadas para la celebración de una competición. Quizás influyó es esta negativa el poco tiempo disponible para la puesta en marcha del proyecto, apenas dos meses.

El 23 de diciembre de 1902 el Rey Alfonso XIII firma un decreto que autoriza oficialmente la carrera, y el 15 de enero de 1903 el ACF abre oficialmente las inscripciones. Para febrero ya se superan los 300 inscritos. En ese mismo mes de febrero el Gobierno francés, ante el fervor popular que la prueba había levantado, y el beneplácito desde España, decide dar el visto bueno a su celebración.
El gobierno español destina tres millones de pesetas para el arreglo de las carreteras españolas por las que habría de transcurrir la carrera, consciente de su mal estado.
En el mes de abril de 1903 el piloto René de Kniff, acompañado por Berteaux y Heath, realizan una verificación del recorrido, dando el visto bueno total al tramo hasta Bordeaux, calculando que se podrán realizar medias cercanas a los 100 km/h. Del tramo español muestran sus reservas, aunque creen, a tenor de lo visto, que para la fecha de la prueba se encontrará en un estado aceptable.
España, a través del recién creado Real Automóvil Club de España, se vuelca totalmente en la prueba, y además del dinero destinado a la mejora de las carreteras anuncia los siguientes premios:
1º Premio de S. M. El Rey.- Al primer automóvil de cualquier categoría que gane la carrera, después de clasificado.
2º Premio de SS. AA. RR. Los príncipes de Asturias.- Al primer coche que pasará la frontera española antes de ser clasificado.
3º Premio de S. A. R. la Infanta Isabel.- Al segundo automóvil que llegará á Madrid después de clasificado.
4º Premio del Ministerio de Agricultura.- Al primer vehículo movido por alcohol que llegará á Madrid, después de clasificado.
5º Premio del Municipio.- Al primer coche que llegue á Madrid después de clasificado.
6º Premio del «R.A.C.E.».- Al primer vehículo de la primera categoría, después de ser clasificado.
7º Premio de las Damas de la Sociedad de Madrid.- Al primer automóvil de la segunda categoría, después de la clasificación.
8º Premio de la Gran Peña.- Al primer automóvil de la tercera categoría, después de clasificado.
9º Premio del Casino de Madrid.- Al primer equipe después de la clasificación.
10º Premio del Nuevo Club.– Al primer vehículo de la cuarta categoría, después de ser clasificado.
Además las poblaciones de Burgos y San Sebastián, conceden un premio al primer automóvil que llegará en menos tiempo á sus puertas.
Para la carrera se establecieron cuatro categorías:
- Vehículos ‘pesados’, desde 650 hasta 1000 kg y entre 45 y 90 CV
- Vehículos ‘ligeros’, desde 400 hasta 650 kg y entre 12 y 40 CV
- ‘Voiturettes’, hasta 400 kg y entre 12 y 16 CV
- Motocicletas, entre 2,5 y 9,5 CV
Entre los días 19 y 22 de mayo se realizan todas las verificaciones previas a los vehículos participantes, preparados para la salida del domingo 24 de mayo. Más de 300 vehículos, entre las cuatro categorías, están dispuestos. A las 3,45 de la madrugada se da la salida al primer participante, Jarrot, a bordo de un De Dietrich de 45 CV. Y cada minuto, un nuevo vehículo emprende la salida, hasta finalizar más de cinco horas después.


Lamentablemente, casi tan rápido como se desarrollaba la prueba, con medias superiores a los 100 km/h, empezaron a llegar los accidentes. A diez kilómetros de Bonneval, Porter sufre un accidente con su vehículo, un Wolseley con el dorsal 243; queda atrapado bajo el coche, el cual se incendia y muere carbonizado.
En Ablis una mujer cruza la carretera desoyendo la prohibición, y es atropellada y muere. Cerca de Poitiers, Marcel Renault, al intentar adelantar a otros competidores, pierde el control del vehículo y acaba estrellándose; malherido, Marcel es evacuado a Cohué-Vérac, muriendo tres días más tarde.
Pasado Angoulême un nuevo accidente se cobra la vida del mecánico del vehículo implicado y de tres espectadores, entre ellos un niño. Cerca de Montguyon los vehículos 18 y 96 colisionan, con el resultado de dos heridos más, uno de gravedad.
En Libourne el De Dietrich número 5 se estrella contra un árbol al cruzarse un perro en su camino; el mecánico muere en el instante, y el piloto, Lorraine-Barrow, fallecerá días más tarde.



Los competidores comienzan a llegar a Bordeaux. El primero es Louis Renault, que desconoce aún el accidente de su hermano Marcel. Ha cubierto los 552 km en un tiempo de 5 horas 29 minutos y 39 segundos; una media superior a los 100 km/h.
Cuando conoce la noticia del accidente de su hermano decide retirarse de la carrera y volver urgentemente a París. El resto de vehículos van llegando a Bordeaux. De los 315 iniciales sólo han conseguido cubrir esta primera etapa 99.
Los organizadores están desbordados. Nadie podía preveer tan catastrófico inicio. El balance asciende a once muertos y diecisiete heridos, mayormente graves. El Ministro del Interior francés toma cartas en el asunto: queda suspendida en territorio francés toda manifestación automovilística que transcurra por carreteras libres.
La Asamblea francesa se reúne con carácter extraordinario para ratificar la orden del Ministro, y acordar por unanimidad suspender la carrera entre París y Madrid. La gran carrera había llegado a su fin.
Aún así, algunos corredores deciden proseguir el recorrido hasta Madrid, pero ya sin competir, como una simple excursión, llegando hasta El Escorial. Entre estos corredores se encontraba el presidente del ACF, el barón de Zuylen

Desde España la noticia es recogida de muy diferentes formas, según quién la cuenta. Cabe recordar que son los inicios del automovilismo, y aunque cuenta con numerosos adeptos no son menos los detractores incondicionales del invento. Algunos ejemplos:
La suspensión, justificada, sin duda, de la carrera, ha producido pérdidas de consideración al
Ayuntamiento, á los Círculos, á los industriales que tenían tribunas, restaurantes etc., en el camino de El Pardo. Los Hoteles y fondas experimentarán también quebranto en sus intereses.
La Época, Lunes 25 de mayo de 1903
Los lamentables accidentes ocurridos en la primera etapa de la carrera internacional de Paris—Madrid decidieron al Gobierno francés á suspender la prueba en todo el recorrido á través de la República, y lo mismo hizo, seguramente por simpatía, en el trayecto de Behobia á Madrid el Gobierno nuestro.
La primera determinación no nos ha sorprendido, poco decidido aquél á conceder la autorización de la carrera y dispuesto á la menor dificultad á suspenderla. Razones de humanidad muy de loar fueron las que animaron al Presidente del «R. A. C. de España» á acceder á la suspensión de la carrera en España; pero creemos que tanto las autoridades como los individuos que componen la entidad antes citada, debieran haber abogado porque la prueba continuase en nuestro territorio, aunque no para otra cosa que hacer ver que todas las precauciones se hablan tomado y que aquí la
organización era perfecta, y dar, con el buen término de la carrera, un solemne mentís á los que creían nuestras rutas intransitables y nuestro pueblo atrasado incapaz de comprender una manifestación deportiva.
La prensa diaria, que siguió comentando favorablemente los preparativos de la gran carrera fracasada, en los primeros momentos de estupor puso el grito en el cielo exagerando los accidentes, sembrando la alarma y clamando contra todas las pruebas de velocidad en carretera, llamándolas inhumanas y suponiendo á los conductores de automóviles poseídos de la locura de la velocidad y culpables, con los grandes industriales, del duelo que aflije á Francia en estos momentos.
[… ]
Y bien se nos alcanza que ni las desgracias ocurridas ni las que ocurrirán, ni la prohibición de los gobiernos evitará que sucedan otras nuevas, ni que se verifiquen carreras, ni el automovilismo, con el clamoreo que se trata de levantar á su alrededor, quedará muerto.
Los Deportes, 31 de mayo de 1903
La pasión del vértigo, esta especie de locura que se ha apoderado de los depormanes dados á las emociones fuertes, ha sido causa de que, lo que debía ser manifestación del progreso de una industria, se convirtiese en un día de luto para todos. El amor propio es siempre un estímulo loable, pero cuando se aparta de la prudencia y cae en la temeridad, debe proscribirse como dañino y perjudicial á los nobles ideales de las sociedades cultas.
Hojas Selectas, 1903
Guando en España no se conocía semejante artefacto, ya habla tenido ocasión de presenciar algunos desgraciados accidentes motivados por la «borrachera de velocidad», que es el resultado inevitable de la fiebre que, en cerebros no acostumbrados á discurrir, desarrolla la mecánica aplicada á la vanidad y al desprecio de la vida propia y de la de los demás. Era de esperar lo ocurrido en la carrera París-Madrid, cuya primera etapa ha dejado sobre la carretera de Versalies á Burdeos un rastro sangriento.
[…]
Ha fracasado la carrera automovilista porque, en punto á desgracias personales, a batido el record de las corridas de toros.
¡Qué honor para la civilizaciónl
La Correspondencia Militar, 25 de mayo de 1903
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